De pronto te ves sin amigos y sin amor: todos se han ido. Parece la letra de un tango, pero se trata de una realidad dura. Ni es como les ocurre a los ancianos, que un buen día descubren que se están quedando solos y se pone entonces ellos mismos a esperar la muerte. Resulta que tus amigos, su novio o esposo de repente dejan tu país y se van a otros: emigran... se alejan de ti... para siempre.
La persona que sufre las consecuencias del síndrome de las migraciones genera un estado de ánimo peculiar donde la primera en anidar es la desolación, que se enseñorea por todo el espíritu y cala hondo. Como tema, tal situación no suele aparecer en la prensa cubana, ni la recuerdo tratada en la literatura, acaso se ha visto en alguna pieza teatral. En la plástica, Sandra Ramos le ha dedicado una exposición en el centro Desarrollo las artes visuales.
Manera matar las soledades la tituló. Un conjunto de calcografías de gran apariencia pictórica, con las que dinamiza y dota de nuevos bríos el monótono panorama del grabado en Cuba, hasta ahora lastrado por un apego incondicional a la banalidad temática y el preciosismo técnico, en desmedro de cualquier elemento conceptual o capaz de reflejar búsquedas, inquietudes... aunque la técnica de Ramos es impecable, sólo que en ella es parte de la propia idea: la concepción de obras atractivas al primer golpe de vista, para suavizar así el crudo enfoque de un problema que conmueve a la sociedad cubana.
La diáspora de los artistas cubanos ha llevado a afirmar que en Cuba no queda nada valioso en la plástica. El trabajo de Ramos basta para desmentir un aserto tan maniqueo (y hay otros mucho nombres). Sólo que si en los llevados y traídos años ochenta las relaciones Arte- sociedad eran más explícitas en todo sentido, porque hubo un momento propicio, en el presente muchos creadores continúan haciendo un arte de corte sociológico, pero con la diferencia de que el comentario social se concretan mediante "el aumento del grosor de la metáfora". Por lo demás, se escoja en un acabado riguroso, de modo que la calidad estética sea inobjetable, y la obra se gane por derecho propio su lugar en la pared o el piso de la galería.
En una especie de juego al gato y el ratón, en que el ratón se disfraza para engañar gato, y el gato finge creerse el disfraz. O como aquello del avestruz que introduce la cabeza en el hueco. Este margen subrepticio de maniobrabilidad, ese "estira y encoge", no está escrito en ningún decreto. Así cuando la institución estima conveniente, cierra una exposición al cuarto día de su apertura. Pero los artistas, a su vez, parece acogerse aquello de "mientras el palo va y viene el cuerpo descansa", y siguen trabajando y exponiendo: se burlan de lo que hay que burlarse, critica lo que hay que criticar... con el recurso de sofisticar cada día más los artilugios para fábular. Ya no es tragedia, es una comedia dramática.
Ramos también se vale de subterfugios, digamos: plasma sus ideas trasladándolas a un personaje archiconocido de la prensa cubana, surgido en los años treinta para comentar los males de la joven nación: el Bobo de Abela. O acude a la emblemática Alicia del país de las maravillas, que termina en su versión remando en un bote, malecón habanero hacia afuera. O ironiza con títulos como El sueño del profeta... Cabe aclarar, además, que la autora utiliza textos en su trabajo como información complementaria y eficaz de la imagen visual.
Finalmente... no voy a decir algo que odio: "es una obra muy femenina" ¿cuándo un hombre expone alguien osa decir: "es una obra muy masculina"? Ciertamente no, porque es tonto. El género del artista no tiene por qué contar para validar una obra. Sólo debe importar si es buena o mala. Y éstas de Ramos es de lo mejor que se ve por acá. Con una pieza de esta exposición acaba de ganar el premio del concurso internacional La joven estampa, de Casa de las Américas.